La cooperación basada en intervenciones en el sur ha estado históricamente plagada de incoherencias, llegando en ocasiones a provocar mayores desigualdades. Además, la energía invertida en ella ha sido desproporcionada en relación con la empleada en subsanar los aspectos anticooperantes de nuestras sociedades. Sin embargo, llevada a cabo con consciencia, responsabilidad, humildad, y en su justa medida, puede ser una herramienta sinérgica y muy importante para el cambio social.
Desde los años 50 la cooperación ha pasado por diferentes fases y paradigmas. En un principio ésta se concibió como una mera estimulación del crecimiento económico en zonas empobrecidas, y con este modelo se alcanzaron los años 60. En los 70 se empezaron a abordar las desigualdades inherentes en cada zona, hablándose de pobreza y necesidades básicas. Ya en los años 80, las organizaciones y haceres locales comienzan a cobrar protagonismo, y es a partir de los 90 cuando se consolida el concepto de contrapartes locales, cobrando éstas cada vez mayor protagonismo en la ejecución de las intervenciones.
La gran mayoría de las personas que se interesan por ISF Andalucía vienen atraídas por los proyectos en el sur. Y es que cuando queremos colaborar con el cambio social, es fácil que pensemos en incidir en las zonas más desfavorecidas. Sin embargo, este enfoque parte de ciertos mitos que remanecen precisamente de esas diversas fases por las que la cooperación ha ido pasando.
El mito de llegar y topar
Se genera a partir de la idea el cambio social global como algo sencillo, asumiendo que en tan solo unos días o unos meses una persona u organización puede estar preparada para intervenir. Nada más lejos de la realidad: una intervención en una zona desfavorecida o una determinada realidad de exclusión social requiere un largo proceso preparatorio. Y no sólo la de intervención en sí, sino de las personas que la llevarán a cabo. Normalmente transcurre al menos un año, desde que se concibe la idea de intervenir hasta que se pasa a la acción.
El mito de la agencia de viajes solidaria
Surge de abordar los conceptos de norte y sur en términos estrictamente geopolíticos. Se manifiesta como la consecuente necesidad de viajar a los países empobrecidos obviando las realidades de empobrecimiento locales.
En realidad, los términos norte y sur hacen referencia a realidades sociales que se presentan de manera global: hay ‘sures’ en el norte, y ‘nortes’ en el sur. A título de ejemplo, la villa olímpica de Brasil durante los JJOO se consideraría norte, y las personas que duermen en los cajeros automáticos aún en países occidentales se considerarían parte del sur. Esto nos lleva a utilizar apellidos y a hablar de norte o sur global, y norte o sur geopolítico.
El mito de la generación espontánea de realidades
Este mito gira en torno a la idea de que existen países ricos y pobres per se, y de que la distribución de la riqueza se basa en una mera arbitrariedad y siempre ha sido como es. Nada más lejos de la realidad: los países con mayor grado de exclusión social suelen ser (o al menos haber sido) ricos en recursos naturales, pero las relaciones de poder a lo largo de la historia han determinado que esa riqueza se emplee en satisfacer necesidades y lujos de países del norte global. Es por ello que preferimos hablar de países empobrecidos y de empobrecimiento, más allá de países ricos y pobres o de pobreza.
El mito del desarrollo como ranking económico
Se sostiene sobre la máxima del desarrollismo que postula que ‘seremos más modernos, más eficientes y en definitiva más felices cuantos más bienes y servicios seamos capaces de consumir’. De esta idea surgen términos como países desarrollados frente a países subdesarrollados.
Sin embargo, si bien en las primeras fases del desarrollo humano éste va en relación directa al crecimiento económico, conforme seguimos avanzando ésto no sólo no se cumple, sino que la relación se vuelve inversa.
El mito del norte como acreedor
Este mito es uno de los que más ayudan a sostener el orden global. Considera que las sociedades occidentales tienen derechos naturales de usufructo y comercialización sobre todos los recursos del planeta. Esto también se extiende a lo económico-financiero, considerándose que la mayoría de países empobrecidos está en deuda monetaria con las sociedades del norte.
Lo que ha ocurrido a lo largo de la historia es que los países empobrecidos han sido colonizados por la fuerza y se han expoliado sus recursos. Más tarde, se han descolonizado pero se ha mantenido la sumisión económica constituyendo una forma de neocolonialismo: las empresas de los países del norte obtienen beneficios de los recursos de países empobrecidos, que luego prestan a estos para que cubran a duras penas sus propias necesidades.
La realidad es que son los países del sur los acreedores del norte: en recursos naturales, pero también en dinero que ha sido usurpado mediante relaciones de usura, en muchas ocasiones establecidas con regímenes ilegítimos.
El mito de la cooperación unidireccional
Por último, se suele considerar también que las sociedades opulentas son las que disponen del conocimiento y la tecnología, así como que esta tecnología es universalmente aplicable a todas las realidades. En realidad esto no es así, partiendo del hecho de que en ocasiones el sur suele atesorar conocimiento ancestral que no se valora como ciencia o tecnología. Y no sólo conocimiento, sino también valores ancestrales como la cooperación, y el apoyo mutuo.
Por otro lado, en el sur se dan tecnologías menos complejas de implementar y en ocasiones más eficientes. Suelen se también menos dependientes de la energía fósil, por lo que serán perfectamente aplicables en el norte en el escenario de agotamiento de este tipo de combustibles que afrontamos.
Además de lo anterior, la mayoría de las veces las soluciones tecnológico-cientificas del norte no son aplicables al sur. En la mayoría de los casos esto se debe a que para su éxito en el norte ha sido clave el propio sometimiento de los países del sur.
Hacia un modelo centrado en las causas de raíz
A pesar de que la cooperación ha evolucionado, muchos de estos mitos se mantienen vigentes. Siguen igualmente existiendo organizaciones que cooperan siguiendo modelos obsoletos, que se han demostrado no sólo ineficientes, sino además altamente anticooperantes. A esto hay que sumar que históricamente muchos de los desaciertos han sido fruto del ensayo y error, pero otros muchos han sido deliberados. La cooperación se ha usado precisamente para propiciar más entradas de multinacionales, más expolios y más generación de relaciones económicas desiguales.
No les falta razón a quienes defienden que, al abordar el cambio social, la relación entre el trabajo intervencionista en el sur y el de moderar la opulencia de nuestras sociedades del norte, ha sido totalmente desproporcionada en favor de lo primero. Esto es, hemos focalizado e invertido mucha energía en parchear situaciones que estábamos generando desde nuestras propias sociedades. En lugar de sensibilizar sobre esas dinámicas hiperconsumistas, ambientalmente insostenibles, generadoras de desigualdades y esclavizadoras del sur, y promover a su vez dinámicas alternativas.
Lo anterior ha sido aplicable ISF Andalucía, aunque hemos ido evolucionando hacia una marcada ‘vocación norte’, intensificando la incidencia política, la sensibilización y el apoyo a iniciativas de implantación local pero globalmente solidarias. A la vez que moderando las intervenciones en el sur.
¿Hay que dejar, por tanto, de intervenir en el sur?
Hay tendencias que lo defienden. No obstante si se interviene desde la consciencia de todo lo anterior, las intervenciones en el sur global no han de ser necesariamente contraproducentes. Asumiendo que toda intervención siempre llevará inherentes aspectos anticooperantes, el trabajo con contrapartes empoderadas, conocedoras de la realidad local y legitimadas por la población destinataria puede generar interesantes sinergias. No sólo en cuanto a la intervención en sí, que sin duda mejora, sino en cuanto a la asimilación por parte de nuestras sociedades de ese conocimiento, esas dinámicas y esas tecnologías que el sur atesora, y a las que antes hacíamos referencia.
Sin ir más lejos, de nuestra relación con FEMUCALLA y CONAMUCA, en República Dominicana, hemos adquirido una fuerte perspectiva feminista y reforzado las propias dinámicas feministas en el seno de nuestra organización. También hemos compartido un empoderado trabajo de incidencia política, desde la defensa del territorio hasta las luchas campesinas. Sin olvidar el hecho de que hablamos organizaciones donde los liderazgos recaen sobre mujeres. Todas estas formas de hacer han atravesado, sin duda, nuestra organización, y la han transformado a mejor.
Y al fin y al cabo, no deja de ser otro mito la idea de que el trabajo en el norte es coherente per se. ¿Cuántas luchas se van al traste precisamente por no poder escapar de dinámicas productivistas, de huida hacia adelante, y de falta de cuidados en las dinámicas internas? ‘Al sistema le resulta más útil el policía que hay dentro de nuestra cabeza que el que nos la golpea con una porra’, decía John Jordan, co-fundador del grupo activista Clandestine Insurgent Rebel Clown Army. Y sin olvidarnos una asignatura pendiente en la práctica totalidad de las organizaciones del cambio, y que merecería un artículo completo: la identificación de las intervenciones en el sur. ¿Cuánto tiempo dedicamos a indagar en las necesidades reales de incidencia? ¿No estamos cometiendo en el trabajo norte los mismos errores que comentimos en el sur? La incoherencia es inherente al ser humano, y por tanto a todas nuestras acciones. Pero no por ello ha de disuadirnos de actuar.
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