Por un lado, parte de la humanidad no tiene acceso a los mínimos de energía para satisfacer sus necesidades. Por otro lado, seguir aumentando el consumo de energía entra en contradicción con la medida más importante de un modelo energético sostenible: el ahorro y la eficiencia energética. Los derechos humanos nos imponen aumentar el consumo energético; los límites planetarios, reducirlo. El falso dilema se resuelve reduciendo y redistribuyendo.
La energía como medio esencial para la satisfacción de necesidades
La energía no es una necesidad en sí misma, sino que es útil para conseguir otros fines. Sin embargo, aunque no sea una necesidad, es un medio esencial para satisfacer casi cualquier necesidad. La energía sirve para cocinar alimentos, para mantener temperaturas agradables, para calentar y bombear agua, etc. Todas estas actividades satisfacen nuestras necesidades.
Diferentes metodologías para definir «pobreza energética»
Definir «pobreza energética» es algo complicado; como toda definición, conlleva arbitrariedades y problemas. Las Naciones Unidas hacen hincapié en la falta de acceso a la electricidad en los países empobrecidos. En 2011, año declarado como el año de la energía sostenible para todos, 1500 millones de personas no tenían acceso a la electricidad1.
En los países enriquecidos hay diferentes definiciones para considerar un hogar como pobre energético2. Según European Fuel Poverty and Energy Efficiency, en el año 2005 un 9% de los hogares de España no podían mantener una temperatura adecuada en su vivienda. Según una encuesta reciente del Instituto Nacional de Estadística, el 17,9% de los hogares afirman no poder mantener una temperatura suficientemente cálida en los meses de frío.
Bajar el precio no es la solución
Se oye a menudo que la culpa del aumento de la pobreza energética es el aumento de los precios. En realidad, una visión global de la situación nos muestra que la energía, en sus diferentes formas, es demasiado barata.
Una reducción de los precios de la energía puede mejorar a corto plazo el bienestar de la población, pero a medio-largo plazo nos está enviando una mala señal. Dos son los principales motivos. Por un lado, un 87% de la energía primaria de España proviene de fuentes no renovables: combustibles fósiles y uranio3. Por otro lado, estas fuentes son contaminantes, tanto en su extracción —provocando desastres como el del delta del Níger— como en su deposición —cuasando el cambio climático o siendo almacenadas en cementerios nucleares—. Debemos ser conscientes de que, en este mundo, si el precio de estas fuentes de energía disminuye, se consumirán mucho más4. Si su consumo se acelera, se reduce nuestro tiempo para hacer la transición a fuentes renovables y aumentan sus impactos ambientales. Según la Agencia Internacional de la Energía (AIE) «si el mundo pretende cumplir el objetivo de limitación del aumento de la temperatura mundial a 2º C, hasta 2050 no se podrá consumir más de un tercio de las reservas probadas de combustibles fósiles, a menos que se generalice el uso de la tecnología de captura y almacenamiento de carbono»5.
Satisfacción de necesidades y sostenibilidad: reducir y redistribuir
Al apelar a la subida de precios, mi intención es poner de manifiesto que no hay otra opción a reducir el consumo de energía. Esta opinión no es tan radical: la AIE cree que más de la mitad de reducción de emisiones de CO2 necesaria para cumplir con los compromisos de cambio climático se deberán al ahorro y la eficiencia energética6. Para eso, tendremos que establecer prioridades para su uso. Deberemos estudiar qué fuentes de energía nos proporcionan qué formas de energía y cuáles consideramos importantes para satisfacer nuestras necesidades de manera sostenible. Tenemos que ir siendo conscientes de que la era del derroche de energía está terminando. Tarde o temprano, seremos todas pobres energéticas, en el sentido de que no consumiremos tanta energía. Dar puñetazos encima de la mesa cargando contra la subida de los precios de la energía sirve de poco o nada.
Esta reducción del consumo global debe hacerse asegurando una redistribución que atienda a parámetros de justicia social. La energía es un bien común esencial en la satisfacción de necesidades cotidianas sin el cual es imposible llevar una vida digna. La pobreza energética mata física y socialmente, y no es más que otra consecuencia de los mecanismos de acumulación y dominación del poder económico y político.
No podemos permitir que se corte la electricidad y el gas (o el agua) a los hogares empobrecidos mientras los enriquecidos acumulan y derrochan. Un suministro básico de energía debe ser garantizado a todas las familias, es una cuestión de justicia social.
El futuro es nuestro
Entre tanto, la ciudadanía ya se está organizando para recuperar el control sobre la energía como «bien común básico», promoviendo su producción y consumo responsables, sostenibles y democráticos. La soberanía energética está dando sus primeros pasos en España a través de cooperativas energéticas como Som Energia, Goiener, Zencer, Enerplus, Nosa Enerxía, Ecooo, Viure de l’aire, etc.
La pobreza energética no es más que otro síntoma de este injusto sistema y las crisis que vive. Para superarla, es necesario que la justicia social, la sostenibilidad y la democracia vayan de la mano. El coste justo de la energía, su ahorro y uso eficiente y la recuperación de su control por la ciudadanía son prioridades de las luchas y alternativas del siglo XXI.
Pedro Olazabal Herrero
Coautor del informe El modelo energético en España 2000-2010, Ingeniería sin Fronteras
1 http://www.un.org/es/comun/docs/?symbol=A/RES/65/151
2 http://economicsforenergy.blogspot.com.es/2014/01/lecciones-de-reino-unido-para-definir-y.html
3 La Energía en España 2011, MINETUR.
4 De hecho, desde la década de los 90 y hasta la crisis, el consumo energético de los hogares creció hasta 5 veces más rápido que la población. Documento de IDAE citado antes.
5 World Energy Outlook 2012.
6 Cambio Global España 2020/2050. Energía, Economía y Sociedad. Fundación CONAMA
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